La gente, a veces, debería ser un poco más humana. Es lastimero presenciar la desigualdad que muchos pretenden maquillar con palabras como costumbre o cultura, pero es aún peor experimentarla en carne propia cuando somos poseedores de criterio y estamos dotados de la capacidad de defendernos diplomáticamente.
Ser persona es tener la capacidad de pensar coherentemente, de refutar mentiras bien dichas, de diferenciar lo malo de lo bueno y lo que no es ni malo ni bueno. Nosotros tenemos el don de la conciencia, que nos permite ser objetivos, entender la lógica de las cosas, identificar nuestras emociones y provocarlas; Pero pareciera que subestimamos tanto nuestro ser, que nos resulta más fácil condicionarlo, establecer diferencias entre nuestros semejantes, doblegar al que supuestamente puede menos.
¿De qué nos sirve tanta ignorancia, tanta injusticia? ¿Cuál es nuestro empeño en sabernos mejores que el otro? Es lo que nos enseñan, a superarnos, a que el progreso debe ser una obligación y que los caminos para alcanzarlo ya estás trazados. Entonces somos empujados a tratar de imitar las conductas que aquellos, los exitosos, los grandes, los que son alguien en la vida, que alcanzaron sus metas haciendo esto, esto y esto. Patrañas.
Pensemos.