¿Puede ser tan indescriptible la misteriosa placidez que provoca la lectura? Muchas palabras podrían responderlo, pocas aciertan en su totalidad.
Leer es para mí una maravillosa experiencia de vida, que reconstruye mi mente después de un ocasional estado de ansiedad, que restablece el agrado por la vida y me recuerda que a pesar de todo siempre hay pendientes. La lectura me vuelve diminuto ante la multiplicidad de nombres, de muertes y nacimientos, de buenos y malos, de risas y lágrimas; pero también me hace gigante ante el ruido incesante de un mundo hablador.
Es así como concibo que leer es más que apasionante, el ejercicio del mismo podría llegar a describirme con facilidad, podría incluso aferrarse a mi identidad. Nunca entiendo un libro como una sarta de mentiras inventadas por un nombre sin rostro, pues los hechos narrados en las novelas, en los cuentos o en la poesía son reales en alguna parte del infinito pensamiento, son reales tanto como lo fue Adán y Eva y aquella serpiente parlante, son reales tanto como el fondo inexplorado del mar. Creer o no en las narraciones no podrá ser jamás motivo de duda.