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sábado, 25 de julio de 2020

La gente

La gente se disfraza de otra gente, pero es así como de forma indirecta se renuncia a vivir, porque creer vivir no es vivir en realidad. 

La gente se muere, señores, se muere. Pero muere dos veces cuando su legado es silencio.

La gente cree que no hay inteligencia que supere la nuestra, como si pensar esto no hiciera de aquella inteligencia un tanto limitada y discutible. 

La gente no cree en Dios, prefieren creer que lo que sienten hacia sus hijos viene de un órgano rojo que solo sienten.

La gente a veces no es gente, porque ser gente tal vez implique ser un poco más que eso. 

El hombre que flota (Cuento)

La noche los había alcanzado rápido en una conversación eterna.

–Mamá, el hombre que flota dice que mientes. También dice que está aquí por ti.

Marta sintió como se erizaba su piel al escuchar las aterradoras palabras de su hijo. El hombre que flota no era alguien visible para ella, solo su hijo  de seis años, Sam, podía verlo y escucharlo. Sin embargo, ella sabía que era real. No todas las cosas visibles son reales, pensaba. Tal vez mi hijo tiene un amigo imaginario o por alguna razón la naturaleza lo haya dotado de un don especial.

—Dime, Sam. ¿Ese hombre que flota es malo?

La pregunta surgió de la nada, aunque realmente era producto del interés de Marta por saber más respecto al ser al que ella no podía ver. Tenía miedo, pero no por ella. Su instinto de madre la obligaba a creer que su hijo, a pesar de todo, estaba corriendo un riesgo notable.

—No lo es— respondió Sam —Él solo te sigue a todas partes.

Marta abrió los ojos de par en par. ¿Qué era todo aquello? ¿Acaso aquel ser se trataba de algún espíritu malvado o quizá era simplemente su ángel de la guarda?

—Sam… ¿Ese hombre te ha hecho daño alguna vez?

—No, no. Él no hace nada malo, mamá. A él le gusta jugar conmigo. Anoche jugamos a matar cucarachas, pero yo no quise jugar más porque dijo que tú eras la reina y que si yo te mataba entonces ganaría el juego. Yo no quiero que mueras, mami.

Marta se estremeció y envolvió a Sam en un apretado abrazo. Ahora estaba segura de que aquello no era un ángel, o por lo menos no uno bueno.

—Mami, El hombre que flota está detrás de ti y está diciendo cosas.

Marta no lo liberaba del abrazo de serpiente como solía llamarlo. Pero sus ojos estaban perplejos y su cuerpo temblaba agresivamente.

—¿Qué dice… Sam?— la pregunta fue casi inaudible para el pequeño.

—Mami, El hombre que flota está enojado... ya no me gusta. Él no quería que yo te hablara de nuestros juegos. ¡Vete hombre que flotas, Vete! Ya no quiero ser tu amigo— El pequeño se aferró a la espalda de Marta y apretó los ojos mientras repetía una y otra vez la palabra "Vete".

Marta giró lenta mente su cabeza, con la esperanza de no encontrar nada detrás de él y, para su desgracia, lo que vio la paralizó del miedo. Era un hombre alto, de tez pálida y ojos completamente negros. Tenía la frente tan fruncida que las arrugas que formaba entre sus cejas parecían heridas profundas. Algo maligno había en aquel ser que carecía de piernas y cuya figura estaba únicamente compuesta por tronco, brazos y cabeza. Su piel daba la impresión de estar putrefacta y su boca era una sonrisa perfecta al revés.

—Maldita, maldita, maldita…

 

El espectro la maldecía sin reparo alguno y su voz era como un estruendo compuesto por muchas otras voces, áspera, cansada, agonizante, terrorífica.

Marta recibió un impulso repentino que la armó de fuerzas para cargar a su hijo y correr despavorida del lugar. Mientras corría nunca miró atrás, para ella solo existía la necesidad de correr a doquier, correr sin detenerse, correr aunque no tuviera rumbo alguno, pero a un par de kilómetros o menos  fue doblegada por el cansancio y se detuvo. No hablaba y Sam solo lloraba al ver el terror dibujado en el rostro de su madre.

Cuando Marta lo bajó de sus brazos, este la miró con aquella inocencia que precede a una importante pregunta.

—Mami, ¿Por qué corremos? El hombre que flota fue más veloz que tú. Mira— y levantó su brazo para señalar hacia un arbusto lejano.

Ahí estaba, esta vez sonriente. Pero su sonrisa no era para nada amistosa, más bien era una transfiguración de su naturaleza, un gesto forzado, fingido.  Marta empezó a gritar entre sollozos y de imprevisto cosas que Sam no podía entender.

—¡Vete! ¡Merecías morir! ¡Déjanos en paz, deja a nuestro hijo en paz! ¡Jamás vuelvas a aparecerte ante nosotros, desgraciado! ¡lo merecías!..

El espectro, en un frenético movimiento facial,  respondió con un profundo y estruendoso "No" que acalló la voz de Marta y provocó que Sam cayera al suelo desmayado.

Después del acontecimiento Marta y Sam han tenido que aprender a convivir con la maldad materializada en el hombre que flota y la muerte los persigue desde entonces. Cada persona a la que alguno de los dos le cuenta respecto al espíritu muere fatalmente.