Cuando las hojas se secan ya no tienen la fuerza suficiente para permanecer en su lugar, son obligadas por el viento, arrancadas de manera inclemente y sometidas por su peso a vivir a los pies de quien todo el tiempo la sostuvo. Esta alegoría nos permite identificarnos plenamente con la situación de la que hoy todos somos protagonistas.
El menos naturalista puede llegar a sentir cierta empatía y respeto hacia el medio ambiente, pues resulta que la propagación de un virus que no nos pertenece es un llamado de atención, por de más drástico, que nos hace la vida misma; una bofetada a nuestra conducta insensata y desconsiderada, sin dejar de ser también una oportunidad para rectificarnos y reivindicarnos.
Es en estas circunstancias cuando sale a flote nuestra verdadera naturaleza, la solidaria, la que no escatima en gastos con tal de ayudar, la que valora más la vida, la que se vuelve en favor de la construcción y la supervivencia, la que es sensible al mal del otro, la que se identifica con las dificultades del prójimo... esa naturaleza innata que se ve opacada por los afanes sin sentido y las contiendas absurdas. Es como somos, es lo que nos constituye. Me conmueve profundamente descubrir la cantidad de valores constructivos que salen a flote en la mayoría, una voluntad de servicio y conciencia, que se roba el papel principal en las noticias. El ser humano defendiendo su existencia, el ser humano defendiendo la vida.
El Coronavirus no llegó de la nada, lo encontramos nosotros mismos en el tiempo perfecto para permitirnos, involuntariamente y no de la mejor forma, la oportunidad de volver a empezar y de apropiarnos de lo que realmente nos hace personas. Abramos la mente, olvidémonos de tantos prejuicios y diferencias, defendamos la igualdad que nos hace hermanos, tomemos la lección y mantengamos la práctica de la misma para el resto del tiempo. Esto pasará, pero evidentemente se convertirá en la segunda parte de la historia evolutiva de la raza humana.
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